Las modernas investigaciones en
neurociencia están revelando que la actividad física es tan buena para
el corazón como para el cerebro. No solo mejora el sistema
cardiovascular o el sistema inmunológico, lo que repercute directamente
en la motivación o el estado de ánimo, sino que, además, hoy ya
conocemos cómo el ejercicio regular es capaz de modificar el entorno
químico y neuronal que favorece el aprendizaje. Y estos beneficios que
se pueden dar a cualquier edad, tienen unas enormes repercusiones
educativas.
ESTUDIOS CON ADULTOS
Sabemos que el cerebro humano, debido a
su plasticidad, tiene una enorme capacidad para modificar su estructura y
funcionamiento a través de la interacción con el entorno. Y en este
proceso continuo de adaptación y supervivencia de la especie durante
miles de años que ha permitido que el cerebro se desarrollara, es
innegable que la actividad física ha desempeñado un papel crucial. Y si
la integración de las capacidades cognitivas en las operaciones motrices
era necesaria para la supervivencia del ser humano, no es casualidad
que el hipocampo, imprescindible para la memoria explícita y el aprendizaje, sea una de las regiones cerebrales más influenciadas por el ejercicio físico (Gómez-Pinilla y Hillman, 2013).
Mejora de la infraestructura neuronal: el BDNF
En un estudio en el que participaron 120
personas mayores (Erickson et al., 2011) se demostró que un
entrenamiento aeróbico de intensidad moderada de tres días por semana
durante un año aumentó un 2% el volumen de su hipocampo, lo cual iba
acompañado de una mejora de la memoria espacial y de un incremento de
los niveles de una proteína, el BDNF (del inglés, factor neurotrófico
derivado del cerebro). El BDNF segregado como consecuencia del ejercicio
físico es muy importante porque:
- Mejora la plasticidad sináptica, es decir, fortalece las conexiones neuronales que garantizan el aprendizaje. Cuando se bloquea esta molécula en ratones, se eliminan los beneficios cognitivos de la actividad física (Vaynman et al., 2004).
- Aumenta la neurogénesis en una región imprescindible para la formación de las memorias: el hipocampo (ver figura 1). Este proceso de formación de nuevas neuronas, que ya se había comprobado en otros mamíferos, facilita los procesos cognitivos (Pereira et al., 2007).
- Aumenta la vascularidad cerebral. El
aumento de sangre en las neuronas permite la llegada de toda una serie
de nutrientes que mejoran su funcionamiento. Este proceso en el que
intervienen también otros factores de crecimiento como el IGF-1 o el
VEGF está directamente relacionado con la neurogénesis (Van Praag,
2009).
Aunque en la mayoría de estudios se han
comprobado los beneficios del ejercicio físico aeróbico, en condiciones
anaeróbicas también se han encontrado efectos positivos. Así, por
ejemplo, en un estudio en el que participaron estudiantes
deportistas con edades por encima de los 20 años, se comprobó que
aquellos a los que se les sometía a una prueba de vocabulario tras 3
minutos de sprints, aprendían palabras un 20% más rápido que aquellos
que o bien descansaban o bien realizaban una larga prueba aeróbica de
baja intensidad. Y sus análisis de sangre revelaron mayores niveles de
BDNF (Winter et al., 2007).
La demostración de que con solo unos
minutos de ejercicio se puede mejorar el aprendizaje posterior sugiere
la necesidad de utilizar descansos regulares durante la jornada escolar
para mejorar el rendimiento académico. Al realizarse el ejercicio físico
se generan neurotransmisores como la serotonina, la noradrenalina y la
dopamina que sabemos que benefician el estado de alerta, la atención o
la motivación (Ratey y Hagerman, 2008), factores críticos en el proceso
de aprendizaje. Y esa es la receta perfecta para combatir el tan temido
estrés.
Pensando en el futuro: la reserva cognitiva
A parte de todo lo anteriormente
comentado, también se ha demostrado que los beneficios de la actividad
física son acumulativos, es decir, inciden sobre lo que se conoce como
reserva cognitiva que, por ejemplo, nos permitirá alargar el efecto
protector ante ciertas enfermedades neuroedegenerativas como el
Alzheimer. En un estudio en el que participaron más de un millón de
suecos entre los años 1950 y 1976 (Aberg et al., 2009), se recogieron
datos sobre el estado físico y la inteligencia de los participantes a
los 15, a los 18 y entre los 28 y 54 años de edad. En concreto, los
datos recogidos a los 18 años se compararon con los logros académicos,
la situación socioeconómica o la ocupación laboral de los participantes
años después.
Los análisis de los resultados a los 18
años de edad revelaron una correlación entre la resistencia
cardiovascular (y no la fuerza muscular) con la capacidad intelectual,
tanto en pruebas verbales, de lógica o de inteligencia general (ver
figura 2).
Y no menos importante es que el estado
físico de los participantes a los 18 años, en concreto su resistencia
aeróbica o cardiovascular, guardaba una relación directa y positiva con
el nivel socioeconómico y los logros académicos en la edad adulta
(mejores empleos y mayor probabilidad de obtener títulos
universitarios). Independientemente de que siguieran realizando
ejercicio o no, aquellos que en su juventud sí que se ejercitaron
mostraron años después mejores capacidades cognitivas.
ESTUDIOS CON NIÑOS Y ADOLESCENTES
Analicemos a continuación algunos de las
muchas investigaciones que ya existen con jóvenes en edad escolar
relacionadas con los efectos del ejercicio físico sobre competencias
académicas particulares o generales y, en especial, sobre las funciones ejecutivas
del cerebro, esas capacidades relacionadas con la gestión de las
emociones, la atención y la memoria que nos permiten el control
cognitivo y conductual necesario para planificar y tomar decisiones
adecuadas.
Lengua y matemáticas
En un estudio en el que participaron 20
estudiantes de nueve años edad (Hillman et al., 2009) se les realizó una
serie de tests relacionados con la lectura, la ortografía y las
matemáticas en dos condiciones experimentales diferentes: después de 20
minutos caminando en una cinta de correr a un ritmo moderadamente alto o
tras un periodo de descanso también de 20 minutos. Los resultados no
ofrecieron dudas, los niños tras la actividad física obtuvieron mejores
resultados en cada una de las pruebas (ver figura 3).
Competencias generales
En un metaanálisis en el que se
analizaron 44 estudios (Sibler y Etnier, 2003) en los que intervinieron
niños en edad escolar entre los 4 y los 18 años, se encontró una
correlación positiva entre la actividad física y el aprendizaje. Se
analizaron ocho categorías cognitivas: habilidades perceptivas, cociente
de inteligencia, resultados académicos, tests verbales, tests
matemáticos, memoria y una última en la que se incluían áreas diversas
relacionadas con la creatividad o la concentración. Los resultados
revelaron que el ejercicio físico fue beneficioso para todas las
categorías salvo para la memoria y aunque este efecto positivo se
encontró en todas los grupos asignados por edades, fue mayor en los
niños de los grupos entre 4-7 y 11-13 años que en los de 8-10 y 14-18
años.
En una revisión posterior de 50 estudios
(Rasberry et al., 2011) en la que se analizó la incidencia de la
actividad física (en donde se incluían también las clases de educación
física) en el rendimiento académico de los alumnos en edad escolar, se
comprobó que el 50,5% de las asociaciones encontradas fueron positivas,
el 48% no produjeron efectos significantes y solo el 1,5% fueron
negativas. Los autores dudan de las medidas tomadas en una enorme
cantidad de escuelas americanas en las que se han eliminado o reducido
drásticamente las clases de educación física o los mismos recreos para
poder dedicar más tiempo a otras materias, supuestamente más
importantes, para mejorar los resultados de los alumnos en las pruebas
de evaluación externas.
Atención
En una investigación en la que se aplicó
un programa de ejercicio físico predominantemente aeróbico de 30 minutos
a alumnos de 13 y 14 años de edad (Kubesch et al., 2009), se comprobó
que mejoraron su rendimiento en tareas de discriminación visual que
requerían una gran atención ejecutiva,
en comparación a aquellos que realizaron un descanso activo de 5
minutos. Algo parecido se encontró en un programa de actividad física
extraescolar que se aplicó durante 9 meses a alumnos con edades entre 7 y
9 años (Hilman et al., 2014). El análisis de los encefalogramas reveló
una mayor actividad cerebral en los niños que participaron en el
programa al resolver tareas en las que intervenían los recursos
atencionales (ver figura 4), a diferencia de los del grupo de control.
Especialmente importante, sobre todo para
alumnos con TDAH, es combinar el ejercicio físico con una mayor
actividad mental como se da, por ejemplo, en el caso de las artes
marciales. En un estudio en el que se probó un programa de taekwondo
durante 3 meses en niños con edades comprendidas entre los 5 y los 11
años, se obtuvieron mejoras tanto conductuales como académicas en los
participantes (Lakes y Hoyt, 2004).
Memoria explícita
La misma relación directa entre el
ejercicio físico, el volumen del hipocampo y la memoria que se había
identificado en animales y en personas adultas, se quiso demostrar en la
infancia. En un experimento en el que participaron niños de 9 y 10 años
de edad, se comprobó que aquellos que mostraban una mejor capacidad
cardiovascular tenían un volumen de su hipocampo mayor (ver figura 5) y,
como consecuencia de ello, se desenvolvían mejor en tareas que
requerían de la memoria explícita (Chaddock et al., 2010), el tipo de
memoria que se utiliza tanto en las tareas académicas.
Memoria de trabajo
La memoria de trabajo
es una memoria de corto plazo que requiere cierto grado de reflexión,
por lo que su desarrollo es muy importante desde la perspectiva
educativa. En un estudio en el que participaron 43 niños con edades
comprendidas entre los 7 y los 9 años, se quiso analizar los efectos de
un programa extraescolar de actividad física que duró 9 meses en este
tipo de memoria (Kamijo et al., 2011). Aunque el programa se centraba en
la actividad cardiovascular, también se diseñaron actividades
específicas para mejorar la fuerza en las que se utilizaban bandas
elásticas o balones medicinales. Los análisis demostraron que los niños
que participaron en el programa mejoraron la realización de tareas en
las que tenían que reconocer estímulos que se les habían presentado
anteriormente, un indicador claro de la mejora de la memoria de trabajo
que es tan importante en la resolución de problemas.
Autocontrol
En una investigación que utilizó la
técnica de la resonancia magnética funcional, se estudiaron los efectos
producidos sobre el cerebro en niños de 8 y 9 años de un programa de
actividad física que duró 9 meses y en el que los participantes se
ejercitaban 60 minutos en cada una de las cinco sesiones semanales
(Chaddock et al., 2013). Las neuroimágenes revelaron que aquellos niños
que participaron en el programa mostraron patrones específicos de
activación de la corteza prefrontal y de la corteza cingulada anterior
(ver figura 6) que iban acompañados de una mejora en tareas específicas
que requerían un gran autocontrol,
junto a otras funciones ejecutivas asociadas. Y esto es especialmente
importante, dada la influencia enorme del autocontrol en los procesos
emocionales y cognitivos que afectan directamente al rendimiento
académico del alumno.
EL EJERCICIO FÍSICO, UNA PARTE ESENCIAL DEL CURRÍCULO ESCOLAR
Los estudios con niños y adolescentes
sobre la práctica de la actividad física han demostrado los mismos
beneficios que se habían encontrado tanto en animales como en adultos.
Como consecuencia del ejercicio físico se segregan toda una serie de
neurotransmisores y factores de crecimiento cerebrales que estimulan el
desarrollo de nuevas neuronas en el hipocampo y el fortalecimiento de
las conexiones neuronales que facilitan la memoria y el aprendizaje.
Especialmente importantes son los estudios con niños en los que se
demuestra la mejora de las funciones ejecutivas básicas como la
capacidad de inhibición, la memoria de trabajo o la flexibilidad
cognitiva que son imprescindibles para el buen desarrollo académico y
personal de los alumnos.
Las investigaciones analizadas sugieren
que no es una buena idea erradicar del currículo o dedicar el mínimo
tiempo posible a las clases de educación física cuando sabemos que
mejoran nuestra salud física, emocional y mental, procesos que acaban
siendo indisolubles. Y, por supuesto, tampoco beneficia colocar estas
clases al final del horario escolar cuando sabemos que unos pocos
minutos de actividad física son suficientes para mejorar la atención y
la concentración del alumno, factores críticos en su aprendizaje. En
este sentido, se deberían utilizar descansos regulares que permitieran a
los alumnos moverse y fomentar zonas de recreo al aire libre que
permitieran la actividad física voluntaria. Un simple paseo por un
entorno natural puede recargar de energía determinados circuitos
cerebrales que intervienen en la atención o la memoria y que pueden
saturarse como consecuencia de una actividad académica continuada. De
ello se puede beneficiar cualquier alumno, pero en especial aquellos con
TDAH. Y ese simple paseo o cualquier actividad física que nos permita
cierta desconexión mental respecto a lo que estamos haciendo nos puede
permitir encontrar, gracias a los mecanismos cerebrales inconscientes
que no dejan de trabajar, una solución creativa a ese problema que nos
frustraba y que no podíamos resolver cuando pensábamos en él de forma
cerrada.
El movimiento está asociado a nuestro
propio proceso de desarrollo cerebral por lo que no deberíamos
desaprovechar los beneficios derivados del ejercicio físico, sin olvidar
que cuando suministramos los retos intelectuales adecuados el efecto se
amplifica. En definitiva, lo que es bueno para el corazón es bueno para
el cerebro. Mejores alumnos y mejores personas.
.
Referencias bibliográficas:
- Aberg M. et al. (2009): “Cardiovascular fitness is associated with cognition in Young adulthood”. PNAS 106 (49), 20906-20911.
- Chaddock L. et al. (2010): “A neuroimaging investigation of the association between aerobic fitness, hippocampal volume, and memory performance in preadolescent children”. Brain Research 1358, 172-183.
- Chaddock L. et al. (2013): “The effects of physical activity on functional MRI activation associated with cognitive control in children: a randomized controlled intervention. Frontiers in Human Neuroscience 7.
- Erickson K. et al. (2011): “Exercise training increases size of hippocampus and improves memory”. PNAS 108, 3017-3022.
- Gómez-Pinilla F. y Hillman C. (2013): The influence of exercise on cognitive abilities”. Comprehensive Physiology 3, 403-428.
- Hillman C.et al. (2009): “The effect of acute treadmill walking on cognitive control and academic achievement in preadolescent children”. Neuroscience 159, 1044-1054.
- Hillman et al. (2014): “Effects of the FITKids randomized controlled trial on executive control and brain function”. Pediatrics 134 (4), 1063-1071.
- Kamijo K. et al. (2011): “The effects of an afterschool physical activity program on working memory in preadolescent children. Developmental Science 14, 1046-1058.
- Kubesch S. et al. (2009): “A 30-minute physical education program improves students’ executive attention”. Mind, Brain, and Education 3, 235-242.
6 comentaris:
Me parece un texto muy interesante y variado y estoy de acuerdo con lo que explica
és interessant
Textos así ayudan a reflexionar sobre aspectos importantes que afectan nuestra vida...Felicidades por la iniciativa !!!
La meva pinio es que es molt interesant i tambe q tenim q cuntinuar fent ejercici i com ha dit la irene farre que estic d acord amb lo que explica.
jo també estic d'acord amb elles, és molt interessant això de les rates i m'ha agradqat molt, potser en un futur cap persona fa res!!!
Es muy interesante.
Hay que subir cosas así.
ANDREU
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